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Miércoles 2 de Julio de 2025 / Gran fe
Ni aun en Israel he hallado tanta fe.
Oh mujer, grande es tu fe.
Gran fe
El Señor Jesús tuvo que lidiar con la poca fe de sus discípulos, pero también resaltó a dos personas por su gran fe. Estas dos personas, un centurión romano y una mujer sirofenicia, no pertenecían al pueblo de Israel, sino a naciones gentiles. ¿Qué es una gran fe a los ojos de Dios? A menudo pensamos que necesitamos una fe grande para mover montañas, pero en realidad solo necesitamos una fe pequeña como la de un grano de mostaza (véase Mt. 17:19-20).
El centurión romano le expresó al Señor Jesús que no era necesario que entrara en su casa para sanar a su criado. Su fe se fundamentaba en un conocimiento genuino de la verdadera identidad del Señor: él sabía que se estaba dirigiendo al Mesías, su Señor y Dios. En una época y en un lugar donde esta verdad estaba ampliamente en disputa, demostrar y confesar la verdad acerca de la persona de Cristo requería una gran fe.
La mujer cananea siguió al Señor y clamó por su hija. El Señor le respondió, diciendo: “No está bien tomar el pan de los hijos, y echarlo a los perrillos” (Mt. 15:26). Es decir, no era correcto tomar las bendiciones de los hijos (los judíos) y dárselas a los perros (los gentiles). La mujer aceptó humildemente esta respuesta, respondiendo: “Sí, Señor” (v. 27). Ella reconoció su propia indignidad, pero entonces apeló a la misericordia del Señor, y dijo: “Pero aun los perrillos comen de las migajas que caen de la mesa de sus amo”. Su gran fe se basaba en un verdadero conocimiento de su posición ante Dios y en la gracia y misericordia del Señor. Estas dos características son las que constituyen una gran fe: conocer la grandeza del Señor Jesús y tener una profunda convicción de nuestra propia indignidad, confiando en la gracia disponible para tal fe.
Michael Vogelsang