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Martes 27 de Diciembre / Las riquezas de Cristo (1) — Rico en posesiones
Published on:
27th December, 2022
Nuestro Señor Jesucristo… siendo rico.
(2 Corintios 8:9)
Las riquezas de Cristo (1) — Rico en posesiones
Nuestras ideas acerca de las riquezas de Cristo son muy limitadas. Si llenamos las manos de un niño con muchas monedas resplandecientes, puede que el pequeño considere que se trata de una gran cantidad de riquezas invaluables. Los grandes de la tierra se consideran ricos cuando poseen millones de millones, cientos de casas y grandes porciones de tierra. Si todo el mundo le perteneciera en algún momento a una sola persona, y este también poseyera todo el oro y la plata, todas las perlas preciosas y toda piedra costosa, todos los tesoros artísticos, incluso todos los tesoros escondidos en los montes y cavernas de la tierra, ¡qué rica sería esa persona! Sería imposible calcular todas las riquezas de tal hombre o mujer, sin embargo, en comparación con Cristo, tal persona sería tan solo un pobre mendigo.
Cristo «siendo rico», ¿qué significa esto? Dejemos que la Escritura responda: «en Él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de Él y para Él» (Col. 1:16). Todas las cosas le pertenecen a Cristo, pues Él las creó; todas las cosas fueron creadas por Él y para Él. Es el Creador de todas las cosas, y debido a que Él es, estas le pertenecen, son suyas y se sostienen por Él.
«Del Señor es la tierra y todo lo que hay en ella, el mundo y los que en él habitan» (Sal. 24:1 NBLA). Ningún otro que Jehová, Aquel que siempre está en el seno del Padre; Él es quien habla en otro salmo: «Porque mía es toda bestia del bosque, y los millares de animales en los collados. Conozco a todas las aves de los montes, y todo lo que se mueve en los campos me pertenece… Porque mío es el mundo y su plenitud» (Sal. 50:10-12). Nuevamente, por boca de los profetas, le oímos decir: «Mía es la plata, y mío es el oro» (Hageo 2:8).
A. C. Gaebelein