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Martes 2 de Julio de 2024 / Un árbol plantado junto a las aguas
Bendito el varón que confía en Jehová, y cuya confianza es Jehová. Porque será como el árbol plantado junto a las aguas, que junto a la corriente echará sus raíces, y no verá cuando viene el calor, sino que su hoja estará verde; y en el año de sequía no se fatigará, ni dejará de dar fruto.
Un árbol plantado junto a las aguas
Este capítulo nos presenta el contraste entre dos tipos de hombres. Uno “bendito” (vv. 7-8) y otro “maldito” (v. 5): “Maldito el varón que confía en el hombre, y pone carne por su brazo, y su corazón se aparta de Jehová”. Sabio es aquel que pone su confianza en el Señor, convirtiéndose así en el único digno de nuestra confianza tanto en lo pequeño como en lo grande. Se asemeja a un árbol plantado junto a las aguas, que extiende sus raíces para extraer de ellas aquello que es indispensable para dar su fruto. Tengamos también raíces que lleguen a lo más profundo de la tierra; raíces que, aunque no se vean, son los manantiales interiores de la fuerza del creyente. Estas raíces extraen el agua, que suministra la vida abundante que da como resultado los frutos. Esta agua es la Palabra de Dios (véase Ef. 5:26).
Sin agua, ni árboles ni personas podrían subsistir, especialmente cuando llega el calor. Aquellos que están acostumbrados a beber el agua de la Palabra de Dios, no se verán afectados por el calor de las circunstancias. El calor puede marchitar rápidamente las hojas de un árbol si esta no tiene el suficiente suministro de agua. Las hojas de un árbol nos hablan de la profesión exterior, y nuestra profesión de fe en el Señor Jesús solo puede mantenerse correctamente a través de la Palabra de Dios, la cual es viva y eficaz.
El varón “bendito” no se fatigará en el “año de sequía”. Su fe será puesta a prueba, pero soportará estas pruebas porque sus raíces se nutren de la Palabra de Dios, y no dejará de dar fruto. Nuestra profesión de fe puede ser vista por otros; pero el fruto, a menudo escondido entre las hojas, es para el deleite de Dios. Dios es el dueño del árbol. Por lo tanto, somos suyos, y nuestro fruto es para él.
L. M. Grant