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Martes 12 de Marzo de 2024 / El Eclesiastés y el cristiano (5)
Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora… tiempo de plantar, y tiempo de arrancar lo plantado.
El Eclesiastés y el cristiano (5)
Plantar y arrancar lo plantado hacen referencia al tiempo de siembra y al tiempo de cosecha. Después del diluvio, Dios le hizo una promesa a la humanidad: “Mientras la tierra permanezca, no cesarán la sementera y la siega” (Gn. 8:22). Y este principio natural de la siembra y la cosecha se utiliza más de una vez en la Escritura para enseñarle al creyente alguna verdad espiritual. De hecho, el Señor Jesús pronunció la parábola del sembrador (Mt. 13:1-9). En esta parábola, él dice que la buena semilla es figura de la Palabra y los tipos de terreno representan a las personas que la escuchan. La semilla prosperó en la buena tierra, en donde la cosecha fue abundante: “Pero parte cayó en buena tierra, y dio fruto, cuál a ciento, cuál a sesenta, y cuál a treinta por uno” (Mt. 13:8).
En el servicio del Señor, la siembra también precede a la cosecha: “El labrador, para participar de los frutos, debe trabajar primero” (2 Ti. 2:6). Pero no solo hay que trabajar, también hay que tener paciencia: “Mirad cómo el labrador espera el precioso fruto de la tierra, aguardando con paciencia hasta que reciba la lluvia temprana y la tardía” (Stg. 5:7). Es fácil que olvidemos esto, impacientándonos o desanimándonos cuando no vemos frutos al instante.
Pero hay otro principio espiritual muy importante que la Biblia extrae de esta figura: “No os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará” (Gá. 6:7). Hay momentos en nuestra vida en los que sembramos, pero ciertamente llegará un momento en el que tendremos que cosechar. ¿Sembramos para la carne o para el Espíritu? Sembrar para la carne puede ser dulce a primera vista, pero la cosecha puede ser muy amarga. Hay muchos ejemplos en la Palabra de personas que confirman este principio (Jacob, por ejemplo). Por lo tanto, “no nos cansemos, pues, de hacer bien; porque a su tiempo segaremos, si no desmayamos” (Gá. 6:9).
Michael Vogelsang