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Jueves 8 de Agosto de 2024 / La provisión divina: alimento y refrigerio para nuestras almas
Se sacian de la abundancia de tu casa, y les das a beber del río de tus delicias.
Salmo 36:8 NBLA
La provisión divina: alimento y refrigerio para nuestras almas
Aunque en los días de Hageo los israelitas se preocuparon solo de sus propias casas, olvidándose de la Casa de Dios (Hag. 1:4, 9), llegará un día en el que se darán cuenta de la abundancia de bendiciones que hay en esa Casa, hallando allí su total satisfacción. Además, el agua pura y refrescante del río de las delicias de Dios refrescará y deleitará sus corazones como nunca. Esto también es una figura de lo que poseemos aquellos que estamos redimidos por la preciosa sangre de Cristo. No tenemos que esperar al futuro para disfrutar de la abundancia de alimento espiritual que Dios ha provisto para su Casa, la Iglesia del Dios vivo. En comunión con otros amados hijos de Dios y reunidos conforme a la verdad de su Casa, podemos compartir esta maravillosa provisión: Cristo mismo. Dios nutre nuestras almas abundantemente cuando apreciamos las diversas bellezas y glorias de su Persona, así como el gran valor de su obra.
Beber del río de las delicias de Dios implica experimentar el poder vivificante de su Espíritu, quien hace que la Palabra de Dios sea de máximo valor para nuestra alma, y de profundo refrigerio y alegría para nuestros corazones. El agua es un elemento verdaderamente asombroso, y vale la pena reflexionar en ello por un momento. Está compuesta por dos gases invisibles, el hidrógeno y el oxígeno, que son altamente inflamables y peligrosos. Sin embargo, cuando se combinan, se convierten en un elemento esencial para nuestra existencia, tanto para limpiar como para nutrir nuestros cuerpos.
Para refrescar nuestras almas y brindar consuelo a los demás, los creyentes tenemos el privilegio de disfrutar del agua pura y cristalina del ministerio del Espíritu Santo. Que tengamos hambre y sed de justicia, y que seamos colmados por la comunión con nuestro bendito Señor a través del Espíritu de Dios.
L. M. Grant