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Jueves 13 de Febrero de 2025 / El uso de la lengua
La lengua es un fuego, un mundo de maldad.
El uso de la lengua
¿Alguna vez ha deseado retractarse de lo que ha acabado de decir? Santiago 3:2 nos recuerda: “Todos ofendemos muchas veces. Si alguno no ofende en palabra, este es varón perfecto, capaz también de refrenar todo el cuerpo”. El profeta Samuel fue una hermosa excepción a esta regla general, ¡incluso desde su niñez! Leemos acerca de él: “Samuel creció, y Jehová estaba con él, y no dejó caer a tierra ninguna de sus palabras” (1 S. 3:19). Todos los que conocían a Samuel sabían que se convertiría en un profeta de Jehová. Un profeta es alguien que habla en nombre de Dios y debe ser cuidadoso de pronunciar solo lo que proviene claramente de parte de él. Sus palabras deben ser verdaderas, fieles y beneficiosas para quienes las escuchan.
Las palabras de Santiago 3:5-6 son muy claras: “Así también la lengua es un miembro pequeño, pero se jacta de grandes cosas. He aquí, ¡cuán grande bosque enciende un pequeño fuego! Y la lengua es un fuego, un mundo de maldad. La lengua está puesta entre nuestros miembros, y contamina todo el cuerpo, e inflama la rueda de la creación, y ella misma es inflamada por el infierno”. ¡Qué advertencia tan seria! ¿Somos como Samuel y utilizamos nuestra lengua de manera útil? ¿O somos como aquellos que lastiman a otros con sus palabras? O tal vez usamos nuestra lengua en conversaciones que no son útiles, que pueden no ser dañinas, pero que no aportan un valor real para ayudar a otros. “Toda palabra ociosa que hablen los hombres, de ella darán cuenta en el día del juicio” (Mt. 12:36).
Colosenses 4:6 nos aconseja: “Sea vuestra palabra siempre con gracia, sazonada con sal, para que sepáis cómo debéis responder a cada uno”. El Salmo 141:3 debería ser nuestra oración: “Pon guarda a mi boca, oh Jehová; guarda la puerta de mis labios”. Y también podemos agregar el Salmo 19:14: “Sean gratos los dichos de mi boca y la meditación de mi corazón delante de ti, oh Jehová, roca mía, y redentor mío”.
L. M. Grant